La Merced, abril 26
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Ernesto Guevara (1928-1967) |
Hoy visitamos el hospital de palúdicos. Dimos una pequeña charla sobre lepra y sobre la campaña antipalúdica que se llevó a cabo en Tucumán, Argentina. Al final nos invitaron a comer y lo hicimos opíparamente.
Por la tarde salimos rumbo a Oxapampa. El camino, siempre sinuoso, transcurre entre pequeñas elevaciones, sólo que ahora las laderas están cubiertas de bosques de maderas preciosas: cedros, robles, caobas, etcétera.
Aparecen también haciendas cultivadas de cafetos, plátanos, enormes matas de palta, elegantes papayas y frondosos mangos.
Cenamos en San Luis. Nos tocó de compañero de mesa un fiel representante genético de la mezcla de sangre española y africana. Tiene un 50% de cada raza en sus rasgos.
Es un pequeño hacendado de una ciudad de los alrededores. Está orgulloso, según su propia expresión, de su "culta y amena conversación", la cual consistía en amontonar por lo menos diez adjetivos en una sola frase. Tanto Fúser como yo lo empezamos a remedar, sacamos de nuestro archivo las palabras más rebuscadas que recordamos, y nos burlamos lo más disimuladamente posible de sus virtudes coloquiales. Al principio nos creía un par de redomados mentirosos, pero a medida que a todas sus preguntas le respondíamos con la verdad y con los conocimientos que traíamos, más los enormes que hemos adquirido en este viaje, fue amainando velas y al final casi ni usaba adjetivos.
Entre Oxapampa y San Ramón, abril 27
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Su visita fué un año antes de graduarse de médico. Inmortalizó en su diario las anécdotas de cada lugar visitado |
El resto del viaje de anoche transcurrió siempre en medio de la selva. Los bordes del camino están poblados de enormes árboles cubiertos de lianas y plantas trepadoras preciosas, dignas de estar en una exposición.
La lluvia caída unas horas antes había puesto la carretera prácticamente intransitable. Demoramos unas 12 horas para recorrer los 80 kilómetros que separan La Merced de Oxapampa, pero para mí, que siento una especie de exaltación en estas regiones tropicales, tal vez porque siempre soñé vivir en ellas, el viaje fue una maravilla.
Después de dormir un rato debajo del camión, llegamos a Oxapampa a las 2 de la mañana. Como a eso de las 8 fuimos a visitar a la familia Dávalos, un querido amigo peruano que estudia con mis hermanos en la Universidad de Córdoba.
Allí esperaba encontrar correspondencia de mi casa, pues ése era uno de los pocos puntos previstos a donde íbamos a llegar como fuera. Pero encontramos que no había nada, ninguna carta, y pese a que tanto la hermana de Dávalos como el esposo nos atendieron a las mil maravillas y querían que nos quedáramos, me emperré en seguir rumbo a Lima.
Casualmente un vecino de la casa salía rumbo a Tarma por la tarde y aprovechamos para seguir viaje.
Antes de partir hicimos un recorrido por el pueblo, enclavado en un vallecito flanqueado por cerros cubiertos de bosques. El clima es mucho más agradable que el de La Merced, y no existe paludismo.
Las casas son en su totalidad de madera de roble o cedro, muy bonitas y diseminadas sin una planificación determinada.
En las colinas se cultiva, en la parte baja, el cafeto, la naranja y el plátano; más arriba el maíz y la batata. En la parte intermedia se cosecha el arroz secano. Es una zona riquísima, pero explotada en forma desplanificada, y sin caminos para la salida de sus propios productos, tanto madereros como agropecuarios.
¡Siempre presentes las dos caras de la moneda!